EL OTRO SAN MIGUEL
Gente real, carencias, verdades, rostros cansados, trocas, la gente nacida en San Miguel, la fuerza de trabajo que tiende las camas en el hotel “Posada San Miguelito” (800 pesos por un amanecer… chale) y lleva el plato a la mesa en el restaurante bar “La terraza” que este día tenía como plato principal “salmón a la plancha”, ya se imaginarán el precio del salmón si un menú pinchurriento costaba 100 pesos mexicanos de esos que valen cada vez menos.
Fotos que hablaban no sólo de nosotros, también de este San Miguel de hoy, turístico al epicentro y sísmico a la periferia (un rostro moreno de rasgos indígenas con piernas temblorosas llevaba al hombro un costal de verduras que no serían para su mesa sino para aquel que había impreso su nombre en su mandil de trabajo).
Con un sutil hálito de supervivencia nos tomamos de la mano y seguimos en nuestro andar, a pesar de estas dos realidades, redescubriendo que Rocío y Eduardo coinciden en que deben seguir haciendo lo que saben hacer: promotores en búsqueda de un buen equilibrio.
A COMER…
Rocío dice: ¿Comemos a las tres?, Eduardo dice: ¡Si amor no te me vayas a desmayar aquí!
Noventa, sententa hasta más de cien pesos y sin bebida por buffete o comida corrida, sin hablar de cartas y vinos tintos, nuestro bolsillo se ofendió, así que nos dimos a la tarea de reconciliarnos con él y llegamos a las llamativas carpas de Corona que tenían como hostes a las maestras del DIF municipal cerrando las ollas del pozole seco que ya se había terminado, atrás estaban los chicharrones, raspados y demás fritangas que distan de ser una comida. A lo lejos brillaban unas ollas de aluminio que parecían sobrevivir, así llegamos a las papas con chile, nopales con queso, arroz y todo de a cuatro pesos. Cinco para cada quien y sin refresco ¡Comimos!... después de tres cuadras y un carrito gandalla de a diez el refresco llegamos enfrente de la casa del Nigromante (intelectual de la independencia) y nos desatoramos los tacos con una coca light al tiempo y una manzana lift.
SEGUNDO AIRE…
Con medio tanque arrancamos nuevamente el choclo (choclo: adj. calif. zapato tenis tipo convers versión no lavada y pirata pero aguantadores) hacia las calles más solitarias acompañados del sol y de nuestro amor.
Llegamos a donde la vida no vale, nada tras conocer cuatro cantinas, cantinas de adeveras y de preguntar sobre el partido de Chivas vs América y el marcador de los gallos contra los pumas 3-3 (el empate asegura la estabilidad en el matrimonio de Rocío y Eduardo). ¿En dónde la vida no vale nada?, a las espaldas de la iglesia de San Juan de Dios se encuentra un pequeño panteón con tumbas en donde en sus rebuscadas lápidas se inscribían desde 1893; otra era a Lucía Mendiola y de las demás; el astigmatismo, la miopía y la indisciplina de los dos de no usar los lentes recetados, además del candado de la puerta, nos fue imposible enfocar los datos. Sin embargo la lectura de los Sonetos apócrifos y la información de la doña del puesto de dulces hicieron de ese lugar un sitio para volver.
EL REGALO
Mano izquierda en nalga izquierda (uso costumbre de Eduardo para abrazar a Rocío) y calle arriba, Rocío le obsequió a Eduardo posiblemente uno de los más hermosos detalles que reafirman su convicción por seguir viendo esos hermosos ojos cada mañana a pesar del enmarañado que los cubre. Fachada ocre de tres niveles, techo oval con detalles al natural predominando el ladrillo rojo se asomaba al último escaño un espacio el cual Rocío designo con estas palabras: ¡Mira mi amor para tu estudio!... mi amor te amo, dice Eduardo.
martes, 10 de abril de 2007
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